Tras aquella ventana

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TRAS AQUELLA VENTANA

Fíjate: ¿ves esa ventana? ¿La del noveno piso del edificio de las dos parabólicas? ¿Ves esa cortina que acaba de correrse, y esa joven, de unos diecisiete años, asomando su rostro de cera blanca? Pues observa y comprenderás cómo es el rostro de la tristeza. Sus ojos, si te acercas un poco, tienen agua herida que está a punto de salir, atravesando los cristales opacos de su alma. La pena de su llanto interior sale a espasmódicos borbotones, con vuelo errático de paloma confusa. Ella se siente presa en sus propios sentimientos. Se le abren las fosas nasales como queriendo abarcar más aire, más respuestas. Todo, para ella es de un carmín oscuro y doliente: las dalias caídas del jarrón que ya huelen a rancio…; las palabras hirientes de su madre aquella tarde; algún piar perdido de gorrión que vaga por el aire desangrándose….

El rojo juvenil de sus labios grita en silencio… mientras el de sus mejillas se apaga lentamente con el cielo oscuro. Los labios de la muchacha comienzan a temblar, solitarios como una palabra perdida en el pasado. La lágrima le empaña la visión mientras el mar revuelto de su interior la empapa, la enmudece, la ahoga. Las aves, afuera, siguen alegres, en su algarabía concertada, celebrando sus encuentros de verano. Un hombre joven cierra las puertas de su tienda y sale, con paso ágil, envuelto en la brisa de la noche tibia; y en el parque una mujer llama a sus hijos con tiernos ladridos maternales… La densa lluvia sigue cayendo en el interior de la chica. Nadie puede escucharla. Su lágrima afilada, quemante, bordea el horizonte rojizo de sus labios y sucumbe a la noche de su pecho.

Tras los cristales, llora; ha abierto la boca y su rostro es una rosa deformada. Ahora tiene la mirada de un yerto páramo mientras abre la ventana. La última gota que resbala por su mejilla moja el hombro del niño que piensa en el regalo de su próximo cumpleaños… Después vendrá a ella el deseo ardiente de extinguirse hasta ser ceniza fría en la arena.

Amigo, has visto el rostro de la tristeza y cómo el dolor se cuelga de la muerte. Fíjate también como la vida atrae a la vida, por  más oculta que esté.

Ahí deambula un vencejo demasiado apasionado. No ha comido mucho y todavía sigue hambriento, a pesar de que todos sus hermanos han subido a las nubes para acostarse. Enceguecido por el crepúsculo y la velocidad, se cuela en el cuarto de la chica y cae, herido, sin poderse levantar del suelo. Es sólo un ser desvalido y aterrorizado, arrastrándose desesperado, presa del pavor. Ella abre sus párpados hinchados, como si viera por primera vez en días… Le besa la cabecita aturdida… le busca un refugio entre sus manos de abedul temblorosas… y cierra su ventana.

Ahora, con la criatura en el cuenco de su mano, dispuesta a salvarla, siente el apresurado latido del ave. Y ese pequeño calor se va vertiendo en su propio latido. Y ya está pensando en dónde lo alojará, y con qué lo alimentará…

Y la encenegada sangre  de la muchacha­­ comienza a fluir hacia los vértices de una ilusión . Y en poco tiempo la vida habrá expulsado a la muerte.

Maite Sánchez Romero (Volarela)

Asunción

Pintura: Nicoletta Tomas Caravia

A mi hermana asunción, con mucho cariño

***

La noche tenía un sueño: 

experimentar la luz del día.

Descubrió una niña, muy luminosa,

 a punto de nacer.

*

Dentro del vientre de la madre le dio de mamar de sus estrellas;

le traspasó su misterio, sus torbellinos galácticos,

su belleza de silencios siderales,

y esperanzada supo

que vería la luz en esa niña de miel, 

ansiosa por nacer.

Y lo logró:

se llamaba Asunción. 

Tenía los ojos negros,

las manos blancas,

el corazón dorado como un gajo de sol,

la sonrisa dulce de los ángeles que se despiden,

y la mirada serena de los ángeles que llegan.

*

Era suavemente tierna en todo lo que  hacía, 

humilde como una virgen iluminada,

y portaba ese perfume a gardenias de la noche

que rodea tus hombros con murmullo de olas.

*

«Asun»,

 la llamabas;

y entonces vertía cisnes por los labios al sonreír,

dándose a sí misma,

porque toda ella era un regalo

del  día para el día,

de su corazón frondoso a la marchitez de las esquinas.

Nadie a su paso dejaba de recibir algún pellizco de su bondad

hecho astro en sus manos. 

*

Artesana del amor,

luz de golondrinas en la oscuridad,

bella como una rosa de mar,

inquieta,

luchadora…

y exquisita.

*

«Asunción» le decía la noche…

Gracias por dejarme ver la luz.

***

Luces (sensaciones del alma) Prosa poética

Más allá de la niebla que envuelve al mundo existe el gozo.

Lo conocen las ondas del mar atravesando el infinito hasta llegar a mis pies.

El gozo de la flor es mi vestido perfumado bajo el quietísimo cielo.

Trepo, como una hiedra por la vida, enzarzando, apasionada, mi corazón a los árboles, mientras alguien pronuncia mi nombre con voz de agua.

El mundo refulge.

Destella el agua; destella el acentor sobre el agua; destella el cielo que sostiene el piar del acentor entre sus dedos azules… Y de ellos una nube inquieta brota…

Inclino mi frente como el girasol en la noche. Todo es belleza.

Las montañas lloran oro por su cima. Los niños gritan, y como la hierba, escriben su alegría en verde intenso.

Fíjate: cuando vuela la paloma, siguen sus alas en el azul, aunque ella acabe de posarse. Porque existe un abrazo allá, hacia el que vamos.

En la pletórica noche cada estrella es una palabra divina. Giran, crecen, ríen, se aman… Las busco.

Quisiera alimentarme sólo del gozo de los astros.

***

Dibujo y texto: Maite Sánchez Romero (Volarela)

Un roce de manos

Dibujo:  https://www.artstation.com/artwork/m5aNZ




1

 Él tenía los ojos verdes y una risa ingenua como una fuente nacida de la roca.
 Ella miraba con ojos tímidos, pero portaba una risa de seta silvestre oculta en el bosque de su imaginación.
Cuando lo espiaba desde la última fila de la clase, él notaba en su nuca el susurro  de un chopo moviendo sus hojas.

  La maestra la sacó a la pizarra. Ella tartamudeó y sintió la garra de la vergüenza en sus hombros. Pero él la estaba mirando… más allá de su cuerpo tembloroso.   Ella pudo notarlo…, y, como una rosa feliz bajo la lluvia, le entregó calladamente la seta de su bosque.

  Al salir de clase se buscaron: dos olas cruzándose en la inmensidad del mar.
 

 Ojos verdes, ojos tímidos; un roce sutil de manos… y alrededor de ellos el aire toma formas de pájaros azules, mientras un dulce olor a vainilla comienza a hacer nido en sus memorias.

2

 Ella prepara el café. Ojos calmos, de arrugas tostadas. Manos de hierba. 

 Él lo coge de sus dedos con los suyos, temblor de agua vieja. Manos de mar.

 Se tocan, se rozan en tibia confianza… Y aflora entre los dos esa amoroso olor a vainilla, y una liviana luna comienza a elevarse por el techo del salón. Y crecen setas por los sillones, salen fuentes de los espejos, se agitan chopos en la lámpara, se escapan las rosas de la tapicería, trinan las ollas…

 Y sólo ellos saben por qué, después de cincuenta años, despega el amor ilusionado al menor roce de sus manos.



*** https://www.youtube.com/embed/9z3jCiCrsx0

El galope azul (Mini relato)

                                           Pintura: caballo azul de Franz Marc https://www.fruugo.es/steve-art-gallery/b-1598

                                              EL GALOPE AZUL

 

«Desfibrilación, rápido!»

 «No, no, se va, se va…»

 «¡Una más, rápido!»

 «Se va…»

 «Se fue.»

 A lo lejos vio el caballo. Era negro como la noche más mansa; brillante como un cúmulo de estrellas en movimiento. Se acercó a la mujer. El viento despeinaba bravamente su pelo, al igual que lo hacía con las sumisas espigas de avena de la llanura. Reconoció aquel campo; era el de su niñez. Las palabras de su padre llegaron a su mente, de golpe, como un estallido de mariposas: «Cuando quieras algo, deséalo con toda la fuerza de tu sangre«.

 Un pequeño rayo de sol resplandeció a la vez en la pupila de la mujer y en la del caballo. Se miraron como si siempre se hubieran conocido. El animal se acercó con suavidad y se agachó para que lo montara. Y ella subió, agarrando fuertemente las cuerdas de ocaso azul que eran sus cabellos. El galope comenzó.

 Las nubes rojizas comenzaron a ondularse en una gran espiral con forma de galaxia, y los dos, apenas adheridos al suelo por las pezuñas veloces del animal, galoparon absorbiendo por la piel las voces triunfales del aire. Todo era para ellos movimiento, intenso y colorido. Entonces ella vio desfilar a ambos lados del paisaje las vidas de ambos. El potrillo saliendo del vientre materno, a la izquierda; sus piececitos de bebé a la derecha; las ilusiones del joven caballo revolcado en la hierba; ella retozando en la arena. Luego contempló su vida adulta y la del caballo; ambas infelices: ella sin salir de su casa por una parálisis; él, atado a un triste poste durante años; finalmente el gran dolor del presente: el caballo cercano a ser sacrificado por una incipiente gangrena, y ella en un hospital, con el electrocardiograma plano. Sin embargo, no había emociones hacia esas imágenes. Se mostraban para ellos como las nubes altas que vagaban sin objeto, ya que sólo la felicidad los envolvía en aquel trote fabuloso.

 Cabalgaron más y más, perdiéndose en la dorada llanura, sintiendo un goce puro, álgido, de total dominio… donde el viento, segundo a segundo, les amaba como una madre; acariciándoles la piel. Por sus bocas pletóricas, la vida gritaba la más sublime libertad.  Ya no existían límites ni resistencias para ellos, tan sólo un infinito horizonte abierto como los brazos de Dios… Más que correr, volaban, azulados como la paz; más que vivir, resucitaban…

«¡Mirad. Ahora vuelve!

 Sí, sí la tengo, la tengo… ¡Increíble! Abre los ojos…¡Y sonríe!»

 La mujer  los miró a todos como si fueran ángeles… Tras un mes de recuperación, salió del  hospital, sin rastro de parálisis cerebral, milagrosamente curada. 

 Llevada por un impulso irrefrenable, tomó su coche y se dirigió a su antiguo hogar de infancia, con el deseo de volver al campo de avena. Tras treinta años, ya no existían cultivos, sino un complejo de chalets. Paseó por las calles al azar, hasta que, tras unas vallas, descubrió el mismo soberbio caballo de su experiencia, con sus cabellos azulados como el ocaso nadando vigorosamente por el aire. Milagrosamente, no había sido sacrificado. 

 El animal, sudoroso, paró su carrera, y se fue acercando al lugar donde la mujer lo contemplaba maravillada. La había reconocido él también. Los dos, rociados de asombro, se miraron. Y sus miradas unidas se prolongaron por la danza infinita de la galaxia.